Marchesa Casati.


Dandole un repasito a la fotografia pictorialista de la moda, me he dado cuenta que no le había prestado a esta mujer el tiempo que se merecía. Me parece fascinante y os hago un corto y pego de información recogida en la red.
La marquesa Casati. Luisa Casati. La mujer que declaró bien alto aquello de "quiero ser una obra de arte viviente". Digamos pues, que sería la Lady Gaga de su época, pero sin todo el marketing, el plástico, ni las canciones fruto de noches de cocaina y borracheras. Porque no era cantante, vaya.
Luisa Casati fue pintada por Augustus John, esculpida por Jacob Epstein, fotografiada por Man Ray, vestida por, entre otros muchos, Paul Poiret, y bocetada por Etienne Edrian. Un círculo de amistades, lo que podríamos llamar, digamos, completito.

Fue La Celebridad, con mayúsculas. En los tiempos en los que ser una celebridad consistía en algo más que en llevar un Starbucks en una muñeca de diámetro ínfimo, ella fue aún más allá de lo establecido. Era aquella mujer vestida sólo con pieles paseando por sus jardines, la mujer que arrastraba decadentes vestidos en sus noches de alcohol y drogas. De ahí se deduce que pasase su vida gastando una fortuna en vez de crearla. Era pues, la heredera de la mayor fortuna textil de Italia. Nacida como Luisa Adela Rosa María Amman, a los 19 años se casó con el Marqués de Casati, tuvo una hija, y más tarde perdió todo interés en la vida familiar. Le aburría su época y quiso transformarse en su ideal de mujer fatal, en su "yo misma" siempre soñada. La catarsis llegó cuando conoció a Gabrielle d'Annunzio, poeta italiano que se autoproclamaba el rey de la decadencia. Y claro, para qué quería más la Casati. El romance entre ellos era obvio.Así como su perversión por el sexo, las drogas y lo oculto. No era tan obvia pues, la devoción del uno por el otro. Gabrielle nunca fue fiel y Luisa sentía más devoción por ella misma que por cualquiera.


Era una mujer hecha a sí misma en el pleno sentido de la palabra. Teñía su pelo de rojo fuego, y sus ojos tornaban de verdes a bañeras negras gracias a gotas de belladona que se aplicaba. Cecil Beaton la describía en su libro "El espejo de la moda" (recomiendo encarecidamente su lectura, un básico en cualquiera interesado en la moda.), cómo "una mujer plenamente vestida desde su invención, con pestañas dignas de ser comparadas con plumas de pavo real...Su cara blanca rozando lo cadavérico contrasta con sus negras cejas, y las increíbles pieles falsas que viste". Pero si por algo destacaba la Casati, no era exactamente por lo falsas que eran sus pieles. De hecho la mayoría de sus joyas y pieles eran reales. Tan reales, que incluso serpientes vivas eran usadas como collares y brazaletes.Una Medusa en versión moderna digamos. Era algo increíble para la sociedad, hablaban y hablaban de ella. Y cuánto más hablaban, mas se acercaba ella en lo que siempre había soñado ser. Para un viaje en góndola por ejemplo, vestía sus mejores galas acompañadas de un loro en su hombro mientras que en la proa su esclavo portaba dos monos. La gente cuando pasaba su góndola no hacía otra que cosa que aplaudir y aplaudir. Eran espectadores de su obra de arte.

Las historias crecían y crecían. Pintó a su esclavo de oro, llevándole al borde del desfallecimiento, viajó a Paris con una boa constrictor y dos guepardos , obligando al personal del Ritz a alimentarlos cada dos horas con conejos vivos. Dicen que cuando Schiaparelli envió a un emisario a hacer la corte a la marquesa, este se la encontró desnuda,envuelta en una manta de plumas negras de avestruz, desayunando pescado frito con Pernod, y probándose una bufanda hecha de periódico. Todo un icono.

Pero detrás de la opulencia, la extravagancia, y todo el petardeo, se decía que era una mujer muy tímida. Erté, uno de sus contemporáneos, dedujo que su narcisismo y egocentrismo estaban entrelazados con una inseguridad galopante. Que su ansiedad era delatada por su exhibicionismo. En mi opinión, lo que hace aún más increíble su historia.

Se dice, se comenta, que para un baile organizado en su palacio, la marquesa tenía preparado un traje particularmente especial. Consistía en una armadura perforada con flechas, cada una de ellas con estrellas brillantes que debían encenderse cuando la marquesa apareciera. El séquito de sirvientes vino acompañado de un electricista. Todo preparado, la marquesa maquillada y peinada, y la armadura cerrada con candado. El desastre llegó en el momento de encender el vestido. Un cortocircuito causó que la Casati sufriera un shock eléctrico y diese un salto casi mortal hacia atrás. Lógicamente no acudió al baile, pero sí se excusó mediante una nota con un simple "mil arrepentimientos".

Aunque, tras una vida considerablemente larga (murió a los 76, tras haber sobrevivido a una dieta hipocalórica de champagne y cocaína), la marquesa mostró pocos arrepentimientos. Finalmente su dineró desapareció, se esfumó, y vivió en Londres durante la Segunda Guerra Mundial, hasta su muerte en 1957.
Beaton la visitó una vez más antes de su muerte. La vió dentro de un armario, rodeada de viejas flores artificiales, relojes rotos, y bebidas alcohólicas ya metiladas. Se movía bravamente, como la mujer que siempre fue, valiente, vistiendo de decadente negro y una papelera de satén en la cabeza, haciendo de ello algo bello.

En su epitafio se lee un texto de "Antonio y Cleopatra": su edad no puede marchitarse, ni la costumbre rancia su infinita variedad.

Demostró ser un icono duradero, un verdadero icono, una verdadera mujer. Un emblema del exceso de la moda, de su magia en la transformación, así como de su capacidad para humillar. Macabra, kistch, absurda, fue triunfadora en lo que siempre quiso: en hacer un espectáculo de ella misma.

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